Según Puebla Díaz (2005), en el momento del diagnóstico de una neoplasia, entre el 30% y el 50% de los pacientes presentan dolor. En las fases avanzadas de la enfermedad este porcentaje aumenta hasta llegar al 70-90%. Es importante, pues, conocer cómo evaluarlo y abordarlo.
En primer lugar, es necesario saber qué es el dolor. La definición de dolor más aceptada es la de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (International Association for the Study of Pain; IASP) que lo define como una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada con un daño tisular, real o potencial, o descrita en términos de dicho daño (López Timoneda, 1996). De esta definición se deriva que el dolor tiene un componente subjetivo y que, en consecuencia, nosotros vamos a tratar el síntoma, lo que el paciente experimenta o nota, no el signo, es decir, aquello observable por los sanitarios y la familia, entre otros (Ibáñez, 2020). ¿Pero qué condiciones son las que abren o cierran la puerta del dolor? Cruzado (2017, citado en Ibáñez, 2020) expone las siguientes: